Por el Dr Enrique Hernández
Segunda Muestra Nacional de Filosofía
27 de mayo de 2002
Marcelo Lobosco. Para nosotros es importante la transmisión de la tradición cultural argentina dentro de la Olimpiada de Filosofía. Tengo a mi izquierda al Dr Enrique Hernández, profesor mío cuando yo tenía 16 años, y ya entonces me hablaba de un profesor Vassallo que tenía ciertos gestos de compromiso. Es un deber para nosotros este homenaje a Vassallo, para que los chicos recuperen la tradición de un país que apunta a superar su crisis.
Enrique Hernández. Vamos a dedicar este ratito a una conmemoración, esto de homenaje es terrible, por suerte estamos en la intimidad. El otro día estuvimos en un homenaje más riguroso en la Academia Nacional de Ciencia, donde éramos todos graduados y yo pensaba: si hubiera que hablar de estas mismas cosas, de esta misma persona a estudiantes que nunca oyeron hablar de él, un fantasma como podemos ser el día de mañana cualquiera de nosotros o cualquiera de ustedes. ¿Cuál es el sentido de actualizar a una persona a la que ya no vemos? Para mí el sentido tiene que ver siempre con la presencia. Yo en realidad más que hablar del pensamiento de Vassallo, cosa que ya se hizo en la Academia, y que podemos hacer con ustedes más adelante en clases, talleres, voy a referirme a la presencia de ese pensador. Quiero decir dos o tres cosas sobre su presencia. Recuerdo que era muy joven cuando
cursé con Vassallo, tenía 18 o 19 años, eran materias avanzadas de la carrera, a mí me costaba mucho seguir algunos temas, y me costaba mucho más esa manera muy disciplinaria que tenía Vassallo de estudiar y de exponer, era en ese sentido una persona muy ordenada. Antes de decir lo que yo entendí de lo que él proponía, si tuviera que decir a los jóvenes y jóvenas qué vi en Vassallo, yo vi algo completamente diferente de los otros docentes e investigadores de la Facultad, algo que después lo vi en dos o tres personas más en la vida. Una cosa que tuvimos en claro con otros estudiantes fue que no íbamos a ponerlo en la misma caja en que poníamos a los otros profesores. Cuando uno es joven clasifica. Y cuando apareció Vassallo dando ese seminario de Ética, yo que tenía otras preocupaciones en la vida lo primero que vi fue: A este no lo vamos a poner en la caja de otros profesores. No entra en esa caja. Poner a Vassallo en la caja de los otros profesores es como querer que una ballena nade en una pecera. No puede ser. Era lo primero que sentí a los 18. Después me dio mucho trabajo estudiar porque era muy exigente. Ahora cuento una anécdota personal: “Usted es una persona muy simpática”, me dijo, “pero tiene que hacerse el gusto de la precisión”. A lo cual un colega acotó al lado: “Te quiso decir que eras un otario”. En realidad no es así, quiso decirme eso, que tenía que tomar el gusto de la precisión, cosa que me llevó treinta años. Pero nosotros siempre llegamos tarde. Ahora que yo había llegado al gusto de la precisión todo el mundo se hace confuso, y a su confusión la llama pensamiento complejo.
Lo primero que noté en el caso de Vassallo era lo que después descubrimos que era una costumbre argentina. En aquel momento uno no se da cuenta. Había una actitud que estaba entre dos conjuntos. Había un gran honestidad, era visible, pero pasaba por su carácter de profesor, de investigador, de pensador. No era honesto y además pensaba. Nos dábamos cuenta enseguida de que era un pensador honesto. Eso se veía, lo llevaba puesto como una especie de divisa. [La Universidad de entonces tenía más prestigio pero tenía las mismas enfermedades que hoy se han vuelto graves: el elogio mutuo, la trapisonda, el espíritu de trenza, yo te doy y vos me das, todo eso que es propio de todo sistema universitario].
Nos llamó mucho la atención ese gesto de honestidad intelectual que implicaba valor. Era un gesto completamente inusual de persona que cultivaba cierto valor. Digo esto con mucho énfasis: Vassallo era un hombre valiente. No valiente como Sandokan, sino como debe ser valiente un hombre que piensa filosofía. Ustedes ven ahora filósofos que tienen premios de acá y de allá, la otra vez me peleé en España con Savater, porque lo presentan con todos los premios de todos los bancos y fundaciones que había tenido. Los premios de la Filosofía siempre han sido la cicuta, la muerte, la persecución, en todo caso la gratitud de alumnos y alumnas, el reconocimiento de los amigos, y algún guiño del Espíritu Santo. No conozco otros premios. Vassallo estaba absolutamente preparado para esos premios, estaba jugado de antemano. Todos nos dimos cuenta de que era así.
La segunda cosa que me llevó un tiempo darme cuenta era que esa honestidad iba pegada a otra cosa que se llamaba libertad. Lo escuchábamos hablar de Kant, Hegel, Sartre, Kierkeggard, y yo me di cuenta, todos nos dimos cuenta, de que esa decencia era muy cara, el hombre la estaba pagando cara siempre, y lo que era caro era la libertad, la libertad que estaba debajo. No era la decencia de cualquier persona decente. Tenía un componente rioplatense esa decencia. Había un gesto de desafío. El desafío de un hombre sobrio, era el hombre más sobrio que he conocido, no era Cohn Bendit, no era Foucault, a quien un día vi empujando a un comisario de policía de París. Era otro tipo de desafío. Como alumno que fui – no llegué a tener contacto personal, no era posible – fue una de las presencias más claras de mi vida. Se juntaban esas dos cosas que a mí me marcaron para siempre: honestidad y libertad, que son carísimas. Vassallo era un pensador, y es muy duro para un pensador tener que ser profesor universitario, sobre todo de una Universidad colonial. No recuerdo nunca haber escuchado a Vassallo criticar la estructura colonial de la cultura argentina. Nunca. Puede ser que lo haya hecho, yo no recuerdo que Vassallo haya criticado teóricamente la la organización colonial de nuestro saber, como hicieron otros intelectuales. Con los años he pensado que no la criticaba porque toda su vida era eso. Al menos todo lo que yo vi fue una impugnación viviente a esa organización colonial. Ni siquiera se tomó el trabajo de tematizarla.
Vasallo era en realidad abogado, y trabajaba como profesor. Por primera vez vi allí la difícil situación de ser pensador y ser profesor de Filosofía, después está lo de ser o no filósofo, no sé si era filósofo, no creo que le hubiera importado el título, sin duda era un pensador ubicado en un lugar muy claro que quisiera tomarme unos minutos para describir.
Me parece que está pensando en una triple frontera que después no volví a ver en mucha gente. [Vuelve a circular ahora su libro El problema moral, donde nada en las historias de las éticas y moralidades históricas]. Creo que Vassallo actuaba como el que está en una triple frontera: él y los filósofos de los que se ocupaba pertenecen a una etapa histórica, su pensamiento tiene el sello de su momento, de su lugar. Este es un conjunto. Su momento, su lugar, me imagino que debe haberlo pagado caro siendo argentino. Al mismo tiempo, cuando investigaba por ejemplo sobre los fundamentos de la moralidad decía: algunas soluciones de las que veo acá tienen que ver con “posibilidades últimas”. Cuando uno piensa (y aunque ustedes sean muy jóvenes a lo mejor ya han sentido ese drama), uno está entre dos vientos, dos fuerzas: Una fuerza es el momento histórico, y Vassallo ubica impecablemente, con un trazo nomás, las éticas en el momento histórico que les toca, y después está “la posibilidad última”. Todo pensamiento remite a una posibilidad última. Eso yo lo he visto después en otros pensadores argentinos inesperados, como Rodolfo Kush, tal vez Juan B.Alberdi, he encontrado esto de saber que el pensamiento se arma a caballo entre un momento histórico, un país, una cultura, una circunstancia a la que uno se debe, y una “posibilidad última”, una especie de Filosofía permanente que de alguna manera se sustrae al ruido y al movimiento de la época, como diría un historiador, “a la espuma de los días”. Pensaba como un buzo que está entre el oleaje de arriba y la profundidad que apenas se mueve pero que es una corriente. Lo interesante que noté en Vassallo era que esos dos puntos: la historia, el momento, la etapa, la “espuma de los días”, el oleaje, y la corriente profunda, el fondo que parece estar quieto, donde el agua es mucho más fría y mucho más transparente – lo sé porque mi segunda actividad es ser buzo – estas dos cosas se juntan en la experiencia personal. Este tercer conjunto estaba muy presente en Vassallo, y decidía los otros dos.
Hay una teoría no siempre explícita de la personalidad que me parece que estaba en el pensamiento de Vassallo, mucho más argentina de lo que a él le hubiera gustado reconocer. La experiencia personal junta de determinada manera el momento histórico con el elemento perdurable, de sabiduría, casi diría de intemporalidad de la filosofía. Esos dos mundos se encuentran adecuadamente en un solo lugar. En esto hay alquimia. Ustedes recuerdan que a veces los alquimistas tenían que poner el matrás sobre el pecho porque si no la reacción no se produce, no se produce y no hay manera de que se produzca si uno no la pone contra el propio pecho. Acuérdense que eso en latín se dice asumir, asumir es apretar contra el pecho. Vi un hombre que asumía. Decía: cada moral es hija de su tiempo, pero hay preguntas que son eternas, y eso dónde se conjuga, se conjuga en la experiencia personal. Esto es lo que Vassallo llamaba vigilia, él identifica la Filosofia con la vigilia. ¿Por qué vigilar? Spinoza dice en un momento: ¿Cómo se sostiene el amor? Hacen falta dos cosas: arte y vigilancia. Cuando lo estudié era joven, ahora me doy cuenta de que tenía razón. ¿Por qué es necesaria la vigilia? Creo haber entendido eso en un texto de Vassallo. Porque esa libertad de pensamiento tiene que pagar una deuda pesada, el pensamiento implica vigilia porque está obligado a cierta lealtad. La lealtad nunca ha sido un criterio de verdad que se estudie en la Facultad. Sin embargo la lealtad es un criterio de verdad. La Filosofía para Vassallo era vigilia porque hay una dimensión de la filosofía que es lealtad a cierta manera de tramitar la verdad que no se puede reducir a texto. Es decir, eso no se puede escribir, eso se actúa. Esa dimensión testimonial de la filosofía yo no la había visto nunca, y rara vez la he vuelto a ver. No es común en los académicos esta dimensión de compromiso. La Filosofía no puede prescindir de cierta lealtad a una determinada manera de tramitar lo que es verdadero. Se podría decir un gesto antiguo, socrático. El gesto es francamente antiguo. Si embargo hay algunos matices. ¿Por qué es importante esa dimensión testimonial? ¿Qué es lo importante cuando uno piensa testimonialmente? ¿Qué diferencia hay entre un relato y un testimonio? El testimonio no tiene más garantía que el cuerpo del que testimonia. Allí se terminan todos los criterios de verdad, o en todo caso empiezan otros.
Lo que nos admiraba en Vassallo es que él era eso en la práctica. Lo que testimonio como pensador, como intelectual, como lo verdadero o correcto o digno de ser estudiado, o dudoso, o ambiguo, u oscuro, yo me pongo en eso, doy garantía, lo sostengo. Esto que parece tan sencillo, felices los más jóvenes si en la Universidad lo ven cuatro o cinco veces. Yo estudié muchos años en varias universidades en diferentes países y creo haber visto cinco o seis personas así
Hay una cuestión que queda abierta en Elogio de la vigilia y en esa joyita que es El problema moral. Retablo de la filosofía moderna me parece un libro más docente, más académico. La filosofía es un ejercicio, un testimonio, uno tiene que sostener lo que postula, lo que propone.
Cualquier persona que piensa, sobre todo si hace filosofía, y esto el feminismo filosófico lo tiene muy claro, tiene que articular tres planos: lo público, lo privado, lo íntimo. Son tres conjuntos de despliegue de la persona. Hoy las puertas están rotas, la puerta del dormitorio de uno da a la Plaza de Mayo y la Plaza de Mayo se mete en el ámbito personal. Están todas las puertas rotas porque alguien las rompió a culatazos, y cuando una puerta se rompe a culatazos ya no tiene arreglo. En el tiempo de Vassallo esto no había ocurrido todavía. Pero él tenía ya entonces esta especie de visión sutil. Tengo muy clara su conducta pública. En la universidad imagínense una mesa alrededor de la cual cada profesor dice: Si usted le pone 4 al mío yo le pongo 6 al suyo, si le pone 2 al mío los míos son candidatos a becarios... Era lo común, sigue siendo lo común. Vassallo abría una monografía, por suerte no era la mía, y decía: Un trabajo inteligente, 8; un disparate, 4... No sé si tenía razón, pero no estaba dispuesto a casarse con nadie, ni de novio se ponía. No había modo de que entrara en la transacción que es la madre del sistema universitario argentino y mundial.
En lo privado creo que debió ser un hombre que sostenía una actitud que yo llamaría de fervor . Vassallo era un hombre de fervor, un hombre ferviente. Uno se daba cuenta enseguida.
En lo íntimo, me imagino que como toda persona estaría absolutamente solo con la verdad, con la duda, con todos esos que no tendría que haber amado y amaba, que tendría que haber amado y amaba, que tendría que haber amado y no amaba. Una de sus hijas me decía que le gustaba mucho Baudelaire, por ejemplo. ¿Cómo un hombre como Vassallo podía amar a Baudelaire? Cualquiera que tiene sentido militar entiende eso. Uno tiene que vérselas con lo que lo enfrenta, con lo que lo convoca de la manera más terrible, con lo que podría ser el enemigo – los poetas malditos. Y creo que él libraría estas terribles batallas que no puedo imaginar, creo que nadie puede imaginarlas a esta altura. Dentro de unos años tal vez tengamos un coloquio más directo. Como diría Borges: “Pronto sabré quién soy”.
Pero en esta coyuntura corporal sometida a las leyes de Cavallo y de Murphy uno ve a un hombre que articuló tres momentos. Algo que recuerdo haber discutido – discutido como se podía discutir con Vassallo, imagínense un pibe de 18 años que cree que sabe todo, que tiene un gran compromiso político, una militancia que suponía tener a su mando hombres grandes, que tiene que hablar con un profesor que parece un patriarca, y no sabe cómo dirigirse a él, se pone nervioso – Vassallo no hacía nada para poner esa distancia, esa distancia estaba dada por su fervor, nada más. En su diálogo era un poco formal. Decía: “Quisiera saber su opinión”. Uno la daba y lo miraba como diciendo: Qué disparate. En ese sentido era un profesor a la antigua. En algún momento osé preguntarle la cuestión de la libertad en Alejandro Korn. En un libro Las nuevasbases , y en La libertad creadora, se refiere a la libertad que tiene que ver con la decencia, con el testimonio, con el peligro, que no puede evitar tener que ver con el peligro, que deja siempre abierta una puerta entre lo íntimo, lo privado y lo público; esta manera de tramitar la libertad que a los jóvenes de hoy les debe resultar raro en esta época; si hubiera que ponerle un nombre a esta ética de Barrionuevo ¿cuál se le podría poner? Se acuerdan de que existió el realismo socialista, el formalismo kantiano. Si Vassallo estuviera vivo diría que es el realismo canallesco, es decir, la actitud: Bueno, listo, las cosas son así, qué te pasa. ¿Cómo podría convivir un hombre así en ese momento en que las puertas están abiertas, no siempre a culatazos, a veces porque uno las abre, las puertas que vinculan lo íntimo, lo privado y lo público? ¿Qué pensaría Vassallo de los que nos recomiendan poner una bolsita de comida al lado de la bolsita de basura, que es lo que ahora está llegando por e-mail? Uno podría poner en esa bolsita las esperanzas, las ilusiones, su anhelo de una vida mejor. ¿Qué pensaría Vassallo de esa manera tan difícil de articular lo público y lo privado? Yo preferiría no poner ninguna bolsita, y ver si puedo salir a la calle y encontrar un argentino, o una argentina-.
Cuando le pregunté eso me empezó a hablar de Kant con una pasión, con un cariño entrañable, como si fuera su hermano, y decirme inmediatamente: “Bueno, usted sabe que esto de la razón es una antigüedad”. Yo lo miraba asombrado de cómo alguien puede explicar algo con esa devoción y al mismo tiempo decir impecablemente que es una antigüedad.
En realidad, me dijo, cuando la libertad se ejerce (la Filosofía tiene que ver con eso) cuando la libertad se ejerce peleando entre la razón y la pasión, entre la razón y la circunstancia histórica, peleando entre lo temporal(¿?) y lo eterno, configura un tipo de personalidad.
La actitud de Vassallo tiene que ver con algo que creo que hoy llamaríamos soberanía. Si tuviera que decir una palabra sobre ese lugar peligroso y difícil pero al alcance de cualquiera donde se juntan la experiencia personal y la eternidad de la que tenemos algún recuerdo y el ruido de la historia, el gesto, la palabra de Vassallo es: cuando una persona junta estos tres instancias y está dispuesto a responder con su vida, se yergue, se pone de pie. El que conoce la pampa o el Sahara sabe de qué estoy hablando. No es cualquier cosa estar de pie. Cualquier bombero, cualquier indio a
Vassallo recogió aquello de los pensadores modernos europeos donde precisamente se habían puesto de pie. Por ejemplo Descartes, es para mí el modelo de la transacción y de todas las trapisondas posibles en materia de astucia inteletcual. Debe haber tenido un solo momento en la vida en que se puso de pie y Vassallo acertó justo ese día en que se paró y dijo: Soy Descartes. Después se agachó para que no lo agarrara la Inquisición.
Es casi todo lo que quería proponerles: el recuerdo de un hombre que hizo de la filosofía un testimonio, y no admitía que se pudiera concebirla de otra manera.
Juntó el momento histórico, la posibilidad última, en una experiencia personal en la que hay que jugarse. Creo que habiendo partido de una noción de libertad abstracta y colonial como era la de la filosofía en la Argentina hasta hoy inclusive, desarrolló un pensamiento entre moral y ético que tuvo que ver para mí con el ejercicio de la soberanía, no en sentido político sino en un sentido con una dimensión más profunda que le dan ciertos autores que no casualmente hoy empiezan a circular.
Es curioso que en el momento en que la Universidad empieza a organizar la carrera de filosofía como una carrera “normal”, la famosa “normalidad filosófica” de la que hablaba Francisco Romero - que no debe olvidarse nunca que además de filósofo era soldado – Romero decía que teníamos que llegar a ser normales y a pensar como los europeos. En ese momento en que se promueve el abandono del diletantismo y de la inclinación literaria para entrar en la normalidad filosófica, en ese momento un hombre como Vassallo se pone a ver la filosofía como vigilia, es decir, a poner la filosofía en el temple, en la actitud, en el gesto, en lo que no se puede reducir a texto.
Disculpas por no haber hecho una exposición académica. Yo quería precisamente contar cómo es conocer a una persona que a uno lo decide a seguir una carrera. Después estudié sociología, trabajé mucho en lugares donde se tramitan decisiones , como toda persona de mi edad he visto cosas terribles, momentos terribles en que en un cuartito personas no siempre virtuosas decidían sobre la vida de mucha gente. Sin embargo, si tuviera que pensar retrospectivamente, en muy pocos lugares vi a un hombre correr más riesgo que Vassallo enfrentado a un texto, a esas letras aparentemente quietas que ante un hombre dispuesto a testimoniar es como si se pusieran a bailar. Creo que él leía de esa manera. Sin decir nada, nos enseñó a leer de esa manera.
EH. Pasemos el aviso: No se olviden de leer Elogio de la vigilia.