Marcelo Velarde Cañazares, Reseña de Obra reunida de Ángel Vassallo
Vassallo, Ángel. Obra reunida. Buenos Aires: Editorial Las Cuarenta, 2012, t. I, 462
pp.; t. II, 366 pp.; t. III, 496 pp. [En Revista Cuyo. Anuario de Filosofía argentina y americana, Vol. 31, 2014]
De acuerdo con Ángel Vassallo (1902-1978), uno de los filósofos argentinos
más auténticos de su generación, la subjetividad se experimenta de dos modos divergentes aunque inescindibles en relación al tiempo: su realización no puede darse sino como
un itinerario vital, en la temporalidad de su propia finitud; pero a la vez, por su constitu-tiva apertura a una trascendencia innominable, la subjetividad se descubre ella misma
como un enigma, como un “¿quién soy’” siempre abierto. Ahora bien, algo semejante
podemos decir de los escritos mismos de Vassallo, los cuales fueron cuajando cada cual
en su hora, sazonando un estilo inconfundible, y que son por ello de evidente interés
para los historiadores del pensamiento; pero que a la vez, por su sintonía con la perennidad de los problemas que les estimularon, mantienen el esplendor de la palabra dicha
todavía y siempre en la mayor cercanía.
Tendríamos indicadas así las razones más elementales para celebrar la aparición
de los tres tomos de Obra reunida, que consta de un total de casi 1200 páginas de Vas-sallo; muchas de ellas recuperadas por primera vez tras su publicación original, y entre
las cuales se cuentan las aparecidas en revistas hoy inhallables. Aun sin contar un bello
pero aislado artículo de 1923, se trata de una escritura sobriamente depurada por el filó-sofo a lo largo de cuarenta y siete años, de 1931 al fin de sus días. De ahí que Obra
reunida no habría visto la luz sin el inestimable empeño de una de sus hijas, Marta,
quien recopiló los materiales, estableciendo luego las versiones y las localizaciones definitivas de varios textos retocados por el filósofo, así como la inmejorable ordenación
general de toda la Obra.
Temerario sería, por supuesto, intentar ahora una exposición siquiera sintética
del pensamiento de este singular filósofo argentino. Al respecto, más bien me permito
remitir a “El itinerario de Ángel Vassallo”, el estudio introductorio que elaboré para
acompañar esta Obra reunida, y que ocupa algo más de 100 páginas al comienzo del
primer tomo. En la presente ocasión, en cambio, y no obstante algunos señalamientos de
fondo, tendré que contentarme con dar suficientes noticias de la índole, la procedencia y
las temáticas de los libros y de los restantes textos rescatados en esta Obra, siguiendo su
disposición tomo por tomo.
El tomo I contiene los primeros libros de Vassallo, según sus fechas de aparición
como tales, pero incluyendo capítulos o ensayos que el autor agregó en ediciones poste-
riores, y omitiendo los que él mismo revisó para integrar luego a otros libros. Originalmente publicado en 1938, y no reeditado desde 1945, el primer libro de este tomo es así
Nuevos prolegómenos a la metafísica, compuesto de lecciones y disertaciones sobre
Bergson, Blondel y Hegel. Datados entre 1931 y 1935, estos textos de sorprendente
frescura nos internan a paso seguro por las experiencias y los conceptos fundamentales
de esos renombrados pensadores, pero por caminos que el propio Vassallo ha abierto al
efecto. Esmerado en garantizar una “voluntaria y limpia objetividad”, el maestro mesura
sus agudos juicios críticos, pero ya constantemente buscando su propia expresión, como
él mismo nos previene en el Prólogo. Más aun, aparece aquí, casi disimulada por la tarea de interpretar a otros, la primera formulación del programa del autor: la necesidad
de una conversión de la metafísica en ética.
El siguiente libro, compuesto de ensayos tan breves como intensos, y de un primer conjunto de fragmentos, es nada menos que Elogio de la vigilia, de 1939 (de conformidad aquí con la edición de 1950). Dirigiéndose a un público más amplio, pero tácitamente interpelando a la vez y de cerca a cada lector o lectora, la voz del filósofo argentino se torna más atractiva e incisiva. Dándonos de entrada un testimonio cabal de la experiencia metafísico-moral, Vassallo ensaya luego su clarificación y desciframiento en cuestiones claves, proponiéndonos que la subjetividad verídica –la suya, la de cada cual– no sabe solo de finitud, angustia y libertad, sino también de la trascendencia con la cual su conciencia se singulariza en una vigilia atenta a su propio ser. Esta trascendencia, sin embargo, no tiene rostro ni determinación alguna, por lo que la subjetividad
se descubre ella misma convertida en enigma, urgida a filosofar. La justificación de la
preeminencia genuinamente filosófica de esta subjetividad tan “personal” como desnuda
pero reticente a dejarse vestir de teoría, se presenta entonces como un itinerario de ena-jenaciones previas en la crasa objetividad, en la presunta legislación del sujeto y en la
alucinación del sujeto absoluto, según metáforas que fijan con claridad, sin embargo, las
pautas para juzgar la valía de cualquier otro filosofar.
De manera más orgánica, el último libro de este primer tomo, ¿Qué es filosofía?
o de una sabiduría heroica (1945), desarrolla justamente la propuesta de un filosofar
irreductible a ciencia y que, realizándose como un saber-siendo de la propia subjetividad, únicamente desde este singular saber-siendo podría aspirar a una validez universal.
Debatiéndose con la cuestión de la legitimidad discursiva de este saber, pero diferenciándolo del que se originaría en una relación mística con la trascendencia, Vassallo
llega a decir que el filósofo tiene que valerse de la dialéctica para mantener el control
racional de su saber. Y tras cuestionar a Kant su confusión del sentido formal de la ética
con un formalismo legal, el filósofo argentino concluye que la vida moral no es sino la
vida de la verdad metafísica.
El tomo II se inicia con el texto más continuo de todos en la sucesión de sus capítulos: El problema moral (1957). Dejándose leer como una introducción a la ética, este pequeño libro nos da acceso a los conceptos centrales de las grandes respuestas para lo que sean el bien y la buena acción. Sin embargo, los juicios críticos que atraviesan la exposición, y el orden mismo en el que tales doctrinas son examinadas, responden a la concepción moral del autor. Porque si bien Vassallo no tiene inconvenientes en concluir satisfaciendo la sed de pronunciamientos sobre la crisis “actual” de la ética, el camino que hace al efecto se ajusta a criterios conceptuales, trazando así una secuencia
selectiva y solo relativamente histórica. No es casual que este recorrido comience con la
“insensibilidad” hedonista y utilitarista, para culminar, en proximidad con ciertos planteos de Karl Jaspers, en el desafío supremo de realizarse a sí mismo; tras haber pasado
por las éticas de la virtud y las del deber, así como por la tentativa hegeliana de suprimir
el drama moral y por la “intemperie” en la cual, muerto Dios, algunos habrían confundido libertad con creación (Nietzsche) o con mera elección (Sartre). Como se aprecia
además a partir de otros escritos de la misma época, para entonces ha madurado ya en
Vassallo su distinción entre ética y moral. En efecto, mientras la normatividad requerida
por el buen obrar concierne a la ética, alcanzando su mayor expresión en Kant, la moral,
en cambio, concierne en rigor al ser de cada cual, en tanto que ser personal a descifrar y
realizar según una peculiar relación metafísica entre trascendencia y libertad.
A continuación hallamos el último y más extenso libro compuesto por Vassallo,
y que consta de una serie de estudios (como él les llama), algunos de los cuales habían tenido sus primeras versiones en libros anteriores: Retablo de la filosofía moderna. Figuras y fervores (1968). A la vista del índice, podría desconcertar un poco que este libro se abra con “Una introducción a Leonardo da Vinci” y se cierre con “Bergson y nosotros”. Más aun, Descartes aparece allí junto a San Agustín, y si bien no faltan ensayos sobre Spinoza o Hegel, entre otros, no hay ninguno sobre, por ejemplo, Leibniz o Nietzsche. Ocurre que el autor no pretende ofrecer un panorama histórico, ni siquiera incompleto como tal. Fiel a los fervores personales que ciertos pensadores incitaron en él, Vassallo se mantiene igualmente fiel a su convicción de que el filosofar es un asunto no menos personal de vidas individuales. El verdadero hilo conductor que le da unidad a
este retablo es así el diálogo de interpretaciones y críticas que el filósofo argentino ha
sostenido con tales figuras, y que únicamente en función de este filosofar suyo nos descubre insospechadas afinidades entre Descartes y Kant, o entre Spinoza y Marcel.
El siguiente texto del tomo II, Notas de un itinerario casi metafísico, está conformado por tres comunicaciones leídas entre 1953 y 1963 en congresos internacionales,
e incorporadas con ese título por el propio autor a Elogio de la vigilia en 1976, junto a
los “Fragmentos II” que les siguen también en la presente edición. Retomando postulaciones de aquel libro, en estos escritos Vassallo nos brinda clarificaciones más refinadas
y explícitamente distantes de pretensiones teológicas, así como de la dialéctica, ahora
enfáticamente rechazada. Se destaca la comunicación titulada “Los grados de la conciencia”, donde la vigilia es conceptuada como una “conciencia desde” que sería más
profunda que la “conciencia de” (referida a objetos), e incluso más profunda que la autoconciencia; aunque la distinción entre “conciencia desde” y autoconciencia admita
verificaciones testimoniales antes bien que teóricas, según advierte el autor. Completa
este volumen la sección Prólogo y estudios preliminares, que incluye un prólogo de
1941 a De la causa, principio y uno, de Giordano Bruno; el único trabajo que el autor
consagró a Platón (negando que la ciencia platónica sea pura teoría), para una edición
de sus Diálogos socráticos en 1948; y un excelente estudio de 1967 sobre Bergson
(donde muestra, entre otras cosas, la irresoluble ambivalencia del concepto de materia
en este filósofo), para la antología de textos preparada y traducida por el propio Vassa-llo.
El tercer tomo está enteramente integrado por escritos que el filósofo nunca incorporó a sus libros. La primera sección de este tomo, Ética, religión y razón. Cursos recogidos, rescata lecciones dictadas en el Colegio Libre de Estudios Superiores, aparecidas en la revista de esta institución: Cursos y conferencias. Se trata de “Henri Bergson. Ética y filosofía de la religión” (1934) y “Una introducción al tema de la esencia de la razón y el racionalismo” (1940). En el primer curso, el autor expone conceptos claves del pensador francés, tales como los de duración e intuición, y su concepción de la moral y la religión, para concluir observando que Bergson no distingue bien entre moral y religión; las cuales, sugiere además, no tienen acaso nada que ver con crear, ni con un
impulso vital. El segundo curso traza la aventura metafísica de la razón, del logos griego
a la razón hegeliana, explorando luego también las afinidades que por entonces (por
muy escaso tiempo) le pareciera a Vassallo encontrar en Heidegger para formular la
relación entre trascendencia y finitud en términos de coexistencia y de ser-en-la-finitud.
Estudios, la segunda sección del tercer tomo, agrupa tres trabajos aparecidos todos por primera vez en 1945: “La ética de Kant”, “La ética de Bergson” y “La filosofía
de Alejandro Korn”. En el primero de ellos, el trabajo más detallado que escribió sobre
el filósofo alemán, Vassallo muestra por qué el uso práctico de la razón es legislación
que determina a la voluntad. Con algunas variantes, el segundo estudio reproduce parte
de la tesis doctoral del autor, “La visión de lo social-histórico en Bergson”, defendida en
1938. Sobresalen allí los análisis de las morales estáticas y dinámicas de las sociedades
cerradas y abiertas, respectivamente. En el estudio sobre Korn, Vassallo sostiene que su
maestro descubre la libertad como experiencia de la subjetividad, no como verdad teórica.
La siguiente sección, Subjetividad y trascendencia. Ensayos, reúne en orden
cronológico trece textos, datados entre 1923 y 1970, con planteos complementarios y en
buena medida ineludibles para una óptima comprensión del pensamiento de Vassallo.
Ya sea que examinen aspectos centrales de la experiencia metafísico-moral, o que traten
de cuestiones más específicas, tales como la muerte, el humanismo o la historia, todos
los ensayos están alentados por esa experiencia que fue siempre el motor del filosofar de
Vassallo. Sin poder reseñarlos uno por uno, indiquemos solamente que entre los más
importantes de esos ensayos está, sin duda, el que da título a la sección entera; pues
además de constituir una excelente síntesis del pensamiento de Vassallo hacia 1949,
incluye formulaciones únicas de sus conceptos centrales.
A continuación tenemos la sección de Homenajes, compuesta de escritos dedicados a Hegel, Korn y Bergson. En el primero, de 1970, hallamos un testimonio crítico sobre la fugaz atracción que el sistema del filósofo alemán ejerciera en el autor en torno a 1930. Homenajeando a Korn en 1938 y luego en 1963, Vassallo destaca que la libertad creadora es libertad genuinamente metafísica, y que la filosofía de su maestro fue original por ser ante todo auténtica. Al morir Bergson, en 1941, Vassallo lo señala como un gran liberador espiritual que, oscilante entre el panteísmo y una orientación a la trascendencia, abrió incluso la posibilidad de planteos no bergsonianos.
Completan este último tomo un conjunto de fragmentos póstumos, y un Posfacio
redactado con sentida gratitud por Rodolfo Gómez, discípulo directo del autor: “Ser y
libertad en el pensamiento de Ángel Vassallo”.
Obra reunida admite diferentes propósitos y modos de lectura. Habrá quien descubra en ella excelentes exposiciones sobre filósofos europeos. Habrá quien la lea como un material de interés para historiar la “recepción” de esos filósofos en la Argentina; sin poder ignorar, en todo caso, que esto no ocurrió sin crítica y mutación. Pero hoy, superadas al menos las peores suspicacias sobre el valor y la posibilidad misma de la filosofía en estas tierras, Obra reunida nos brinda también la mejor ocasión de librarnos de la equívoca valoración que, reconociendo la calidad de la prosa de Vassallo, no la veía sino como un medio eficaz de transmitir ideas ajenas o, cuando más, de apropiárselas de
manera “sugerente”. Es tiempo de advertir que la seducción de esta prosa, ni gratuita ni vicaria, es indisociable del pensamiento del propio Vasallo; a tal punto que sus metáforas condensan el mayor rigor de este pensar. Es tiempo de entender que los recursos teóricos, propios o ajenos, no son para Vassallo de interés por sí mismos, y que, si bien indispensables, deben ser tratados incluso con la cautela que merecen las armas de doble filo. De hecho, esto está en el origen del carácter mayormente fragmentario de su escritura, al tiempo que el sentido más hondo y constante de sus “proposiciones” no es enunciativo, sino justamente propositivo. Y ahí está la razón más genuina del atractivo de su palabra: Vassallo no pretende atraparnos ni imponernos nada, aunque tampoco complacernos. “Yo propongo un pavor: saberse embarcado en la existencia”, comienza ya di-ciéndonos, con maestría de estilo, en el primer ensayo de Elogio de la vigilia. Más aun,
ese pavor sería el único que admite la singular paradoja de ser propuesto. Pero claro está
que aquí no podemos detenernos en las sutilezas implicadas casi en cada palabra de esa
frase, en las resonancias que adquieren desde una amplia trama textual, y que justificarían esta interpretación. Digamos al menos, sin embargo, que el proponer de Vassallo,
ya sea audaz, o bien con el pudor al que con frecuencia le constriñe también la gravedad
de su pensar, es en última instancia interpelante. Sin disgustarnos nunca con prescripciones, su cordialidad se nos descubre como pleno respeto de la libertad en su alteridad.
Pero justamente por eso, el filósofo nos interpela y nos inquieta, honrándonos en nuestra
propia dignidad de seres destinados a arreglárselas cada cual consigo mismo como un
enigma inigualable. Porque el empeño de Vassallo está en comprender y ponderar este
destino suyo, de cada cual, en su entera magnitud metafísico-moral, despejándolo de
confusiones, tergiversaciones e ilusiones vanas. Y por eso, leerlo, pensar con él, constituye a la vez un placer y un desafío.
Marcelo Velarde Cañazares 1
1 Doctor en Filosofía. Profesor en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González, Buenos Aires, Argentina. <m.velarde.canazares@gmail.com>